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Khadija Ahmadi, refugiada afgana: Tengo techo y comida pero no esperanza



Segovia | 25 mar 2022

Khadija Ahmadi (Bamyan, 1986) es la segunda mujer que consiguió acceder al cargo de alcaldesa de una ciudad en Afganistán, pero ahora vive como refugiada en España después de que los talibán arrasaran con todo, también con sus proyectos; “tengo un techo, tengo comida pero el gran desafío, el gran problema para mí, es que no hay ninguna esperanza”, lamenta.

Esta activista, de 35 años, ha participado este viernes en Segovia en el X Encuentro de Mujeres que Transforman el Mundo, organizado por el Ayuntamiento de la ciudad, y en una entrevista con Efe antes de su intervención ha explicado su sentimiento de impotencia tras huir de su casa para sobrevivir, mientras las niñas y el resto de mujeres de su país de origen viven una verdadera pesadilla.

“Estoy viva pero he pagado un precio muy alto. He dejado atrás veinte años de trabajo, muchas cosas, y lo único que tengo ahora es que estoy viva. Estar viva no es suficiente para mí, para nada es suficiente para mí”, comenta.

Su mayor miedo es “volver a la vida normal” o adquirir una rutina en el centro de refugiados donde vive en Zaragoza, mientras se siente inútil; “esa es mi pesadilla en este momento”, apunta.

Ahmadi creció como refugiada en Irán después de que sus padres huyeran a este país por la guerra soviética en Afganistán, y allí estudió planeamiento urbanístico en la universidad hasta que, en 2007, quiso volver a su país; “mi padre me dijo ‘no, no te permito que nunca jamás me vuelvas a preguntar por esa decisión”, evoca ahora.

Un año después había convencido a su familia de que era lo correcto: “sentí que era mi momento para construir mi país, animé a mi hermana, a mis amigos, les dije ‘chicos, es el momento para que nosotros construyamos, practiquemos y mejoremos la democracia’”, recuerda ahora.

Y así lo hizo, primero a través de su trabajo en organizaciones internacionales y, a partir de 2018, rompiendo la barrera que impide a las mujeres en Afganistán liderar la toma de decisiones en la vida pública. “Creía en mí no sólo como mujer sino como ser humano. En Afganistán es muy difícil porque el principal problema es que las mujeres no pueden creer en ellas mismas, en su habilidad”, explica.

Recuerda con gran orgullo el día en que, tras dos años como alcaldesa de Nili, de 100.000 habitantes, un líder religioso de la ciudad fue a su despacho y le dijo que había ‘ganado la batalla’. “Tú utilizaste la estrategia de convencernos a nosotros y otros hombres de la comunidad de aceptarte a ti no como mujer, sino como líder”, parafrasea ahora.

Desde este cargo llevó a cabo medidas inéditas en su país, como la creación de órganos de participación ciudadana con representación paritaria por sexos, también en los colegios para “criar a líderes entre las niñas de la ciudad” o el impulso del primer complejo recreativo y deportivo para mujeres del país.

Pero todos estos proyectos fueron arrasados en agosto de 2021, cuando los talibán tomaron el control del país, un hecho que ella vivió como una película de miedo y que la llevó a refugiarse como objetivo del grupo terrorista durante semanas en hasta cuatro viviendas, pasar tres días a la intemperie en la puerta del aeropuerto de Kabul y, finalmente, huir para salvar su vida.

Escapar de Afganistán no se pareció en absoluto al fin de una pesadilla para ella, pues sobre sus hombros todavía pesa el tormento de saber las condiciones en las que viven las niñas y mujeres de su ciudad, que ahora no pueden trabajar, estudiar o hacer vida fuera del hogar, o las activistas que están en el frente de batalla luchando por sus derechos y son asesinadas o violadas como forma de represión.

A Ahmadi no le gusta hablar de “derechos de las mujeres”, sino de derechos humanos; “me mandan mensajes y me dicen ‘¿Qué hacemos? No podemos vivir sin educación’, lamenta.

La que oficialmente ha sido alcaldesa de su ciudad hasta el pasado 20 de marzo, ve parte de la responsabilidad de este horror en la comunidad internacional y, en este sentido, afea el acuerdo de Estados Unidos con los talibanes y la retirada de sus tropas que precedió la toma de poder del grupo radical.

“¿Por qué habían venido? ¿Por mí y por el resto de mujeres? No, habían venido a por beneficios (se frota los dedos índice y pulgar) Vinieron por el interés. Y, después de veinte años, dejan Afganistán sin ningún plan”, se queja.

Sobre la actualidad, pide a la opinión pública y a los líderes internacionales que la guerra de Ucrania, con la que ve cierto paralelismo en relación a lo que ocurre en su país, no sirva para olvidar al pueblo afgano, como cree que ya está pasando.

De cara al futuro, no ve “ninguna esperanza” pero sueña con volver a Afganistán: “es mi país, volveré si tengo oportunidad, volveré porque muchas mujeres están esperándome en mi ciudad, están esperándome a mí”, asegura.